Estimados hermanos y hermanas en la fe de nuestro Señor Jesucristo
Hoy es el último domingo del año litúrgico de la iglesia y es celebrado como el festival de Cristo
Rey. Es un domingo dedicado a las últimas cosas, y en particular al juicio final, el énfasis al retorno de Cristo en gloria para inaugurar su reino de eterna bienaventuranza. También es natural, en el contexto del año eclesiástico, que el texto para meditar en este día venga de las palabras de los malhechores que se encontraban en la cruz: “Jesús, acuérdate de mi cuando vengas en tu reino!”
La fiesta de Cristo Rey se estableció en la época del ocaso de las monarquías con objeto de oponerse a los nacientes regímenes republicanos. Sus orígenes son pues controvertidos. Sin embargo, los textos con que celebramos esta fiesta nos muestran de qué manera Cristo es “Rey”.
Conviene recordar en qué consistían las esperanzas mesiánicas del pueblo judío en el tiempo de Jesús: unos esperaban a un nuevo rey, al estilo de David, tal como se lo presenta en la primera lectura de hoy. Otros, un caudillo militar que fuera capaz de derrotar el poderío romano; otros como un nuevo Sumo Sacerdote, que purificaría el Templo. En los tres casos, se esperaba un Mesías triunfante, poderoso.
El salmo que leemos hoy, también proclama el modelo davídico de “rey”. Jerusalén, la “ciudad santa” es la ciudad del poder, la ciudad del poder.
Eso explica por qué, cuando Jesús anuncia la Pasión a sus seguidores, no logran entender por qué tiene que ir a la muerte.
- El evangelio de hoy nos presenta cómo reina Jesús el Cristo: no desde un trono imperial, sino desde la cruz de los rebeldes. La rebelión de Jesús es la más radical de todas: pretende no sólo eliminar un tipo de poder (el romano, o el sacerdotal) para sustituirlo por otro, con un nombre distinto, pero basado en la misma lógica de dominación y violencia (que era lo que correspondía a las expectativas judías).
Podríamos decir que Jesús es el anti-rey según los modelos de los sistemas opresores: no quiere dominar a las demás personas, sino por el contrario, promover, convocar, suscitar, el poder de cada ser humano, de modo que cada una y cada uno de nosotros asumamos responsablemente el peso y el gozo de nuestra libertad.
Uno de los grandes sicólogos del siglo XX, Erich Fromm, plantea, en su libro El miedo a la libertad, que ante la angustia que produce en el ser humano la conciencia de estar separados del resto de la creación, adoptamos dos actitudes igualmente patológicas: dominar a otros, y buscar de quién depender entregándole nuestra libertad. En ambos casos, las personas buscamos cómo, a través de estos mecanismos, disolver esa barrera que nos separa de las otras personas y del resto del universo. El pecado fundamental del ser humano es pues un pecado de poder mal administrado, mal asumido. Y esto es el origen de todos los otros pecados: la avaricia, que conduce a un orden económico injusto; la soberbia, que nos impide ver con claridad nuestros errores y pecados; la mentira, que nos lleva a manipular o a dejarnos manipular; la lujuria, el sexo utilizado como instrumento de poder para “poseer”, oprimir; el miedo, que nos impide levantarnos y caminar sobre nuestros propios pies.
Esa es la lógica que Jesús desarticula de manera total y radical.
En la cruz Jesús derrota total y radicalmente al demonio del poder concebido como violencia y opresión por una parte y como dependencia, sumisión y alienación por otra. De este modo que inaugura así un nuevo tipo de relaciones entre las personas y con el universo entero, basadas no en la dominación/dependencia, sino en el respeto mutuo, en la armonía, en la valentía para asumir el peso de la propia libertad responsable.
- En la carta a los Colosenses, Pablo señala cómo a través de Jesús el Cristo (primogénito de todas las criaturas, preexistente y co-creador del universo, cabeza de la iglesia, primicia de la plenitud de la Creación entera) se produce la reconciliación de todos los seres con Dios. Esta y otras expresiones paulinas han dado lugar a interpretaciones erróneas, que consideran que la muerte de Jesucristo en la cruz era el precio que había que pagar para que el Padre, enojado y rencoroso, perdonara a la humanidad pecadora.
Sin embargo, los evangelios nos muestran con claridad por qué y cómo es que Jesús nos reconcilia con el Padre: no porque ese Dios, padre y madre, sea un dios rencoroso, sino porque habíamos perdido el rumbo de la auténtica unidad con Dios y con el universo entero.
Los cristianos/as proclamamos que Cristo es el alfa y omega de los tiempos, Señor de la Historia. Pero -y sobre todo- que su señorío es el de quien libera de toda forma de opresión y sumisión, que nos da la libertad del Espíritu, que nos devuelve la filiación divina oscurecida por nuestros miedos, debilidades y pecados. Cristo Rey es pues el anti-rey a los ojos del “mundo”. Es el Cordero degollado (Ap. 5, 12) quien nos reconcilia con Dios y nos lleva, no de regreso al Paraíso Perdido, sino a la utopía de la Nueva Jerusalén, en la que no habrá rodilla que doblar sin ante Dios... ése que libera, y nos manda ponernos en pie!
- Desgraciadamente, ¡cuántas veces en nuestra vida eclesial reproducimos los modelos de “reinado” del mundo, y no los de Dios en Jesucristo! ¡Cuántas veces establecemos relaciones de poder autoritarias en vez de fraternas! ¡Cuántas veces entramos en contubernio con los poderes del sistema, ya sea por acción o por omisión!
El modelo de “reinado” que nos presenta el “Cordero degollado” nos interpela y llama a la conversión.
Para la revisión de vida
- A la luz de la fiesta de “Cristo Rey” y del modelo de relaciones entre personas y con la Creación, nos invita a reflexionar y revisar nuestras propias relaciones cotidianas- de pareja, familiares, la relaciones entre los miembros de la iglesia. El evangelio nos motiva a buscar esos espacios nuevos donde podamos disfrutar realmente de la misericordia y del amor Dios, haciendo visible la justicia y la esperanza en cada uno de nuestros actos.
- Por otro el desafío constante de asumir la responsabilidad en el seno de nuestra sociedad, luchando por nuevas relaciones de poder, siguiendo el modelo de Jesucristo, el anti-rey, que nos presentan los evangelios, distanciándonos de los modelos autoritarios antievangélicos.
Fiel a este modelo de ejercer la realeza Cristo llega a la cruz y aún en la cruz continúa ejerciendo su tarea de promoción social.
Queridos hermanos y hermanas: Que nuestro Señor Jesucristo a través de su espíritu nos conduzca en el desarrollo de esta gran tarea. Amén
Rev. Javier Ochoa
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