El protocolo del Reino de Dios nos invita a ser comunidad abierta

Compartimos algunos extractos de esta reflexión dominical basada en Lucas 14:1, 7-14


Queridos hermanos y hermanas
Se entiende por protocolo una regla ceremonial establecida por decreto o por costumbre, y es además un signo de buena educación, señalan algunos manuales que esa educación, particularmente en la mesa, hay que iniciarla en casa, para que luego no sea algo artificial sino natural y espontáneo.
En el texto que nos lleva a meditar el leccionario que estamos siguiendo encontram
os dos consejos de protocolo de parte de Jesús. A lo largo del Evangelio existen otros, según se confronta Jesús con las costumbres y los responsables políticos y religiosos de su tiempo se confronta también con los usos protocolarios, porque toma una posición frente a lo establecido.

Elementos clave y consecuencias
Según Lucas el texto que nos ocupa sucede "camino de Jerusalén" (Lc 13, 22). Estamos en una larga serie de textos que jalonan este viaje, "Cuando se acercaba el tiempo en que Jesús había de subir al cielo, emprendió con valor su viaje a Jerusalén." (Lc 9, 51). Este periplo concluye en el capítulo 19 del Evangelio con la entrada en Jerusalén que celebramos el domingo de
Ramos.

Todos los episodios que ocurren en este camino de cerca de 10 capítulos, el Evangelio tiene en
total 24, aleccionan a los discípulos y personas que va encontrando sobre lo esencial de la vida, ya que él mismo está orientado hacia lo esencial de su ministerio.
No podemos, desde esta perspectiva, entender que Jesús está simplemente actuando de forma grosera para dar lecciones de urbanidad o de buen comportamiento ante los demás. Nos quedaríamos con un Jesús de artimañas y de superficie.

En primer lugar respecto de nosotros mismos la respuesta de Jesús cuando aclara su propuesta protocolaria sobre el lugar que debemos buscar para sentarnos: "El que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla será engrandecido" (Lc 14, 11) no es una cuestión que resuelva nuestros dilemas a la hora de organizar una mesa. En este texto resuenan las bienaventuranzas y también la propia actitud de Jesús en su misión y ministerio.
A modo de parábola nuestro maestro utiliza la situación que se ha dado para criticar nuestro orgullo y nuestra vanidad como actitudes de vida. Debemos de evitar y vencer en nosotros (as) todo lo que nos sitúa en primer lugar ante los demás, todo lo que hace de nosotros (as) y nuestras preocupaciones lo más importante de nuestra vida. No es un alegato contra la autoestima, sino una verdadera autoestima realista: la humildad es una clave de vida que nos lleva a una actitud y un comportamiento más saludable.
La humildad no es solo un ardid para vernos realzados, eso se llama falsa modestia, y leeríamos muy pobremente la enseñanza de Jesús. La humildad no es bajeza o sumisión, sino una virtud que nace en el conocimiento de nuestras limitaciones y debilidades y que actúa en consecuencia. En este sentido la humildad es un modo de vivir ante nosotros mismos y ante los demás que nos hace vivir algo del Reino, no es una virtud muy prodigada, ni muy popular y sin embargo es muy saludable en este tiempo de apariencias y exclusivismos.

En segundo lugar también se explica en el texto la segunda propuesta protocolaria: "Cuando des una comida o una cena no invites a tus amigos, tus hermanos, a tus parientes o a tus vecinos ricos; porque ellos a su vez te invitarán, y así quedarás recompensado. Al contrario, cuando des una fiesta, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos; y así serás feliz, porque ellos no te pueden pagar, pero tu recibirás tu recompensa cuando los justos resuciten." (Lc 14, 12-14).
De nuevo nos encontramos ante la vida misma y no solo ante la mesa, como antes hemos señalado. En este caso el alegato es contra el uso manipulador de las personas según nuestros intereses de rentabilidad o beneficio. En lugar de acercarnos a los demás por lo que podemos sacar, Jesús propone que nos acerquemos a los demás según su necesidad, su invalidez, su cojera, su ceguera o su pobreza.
La solidaridad es la adhesión a la causa de otros. Ponernos al servicio de las personas y no servirnos de las personas es la clave del Reino y es la clave del ministerio de Jesús.
Al igual que en los consejos de protocolo no se trata simplemente de cuales son las buenas costumbres para portarnos bien, ganar prestigio, mostrar nuestra educación o nuestra clase; se trata de cuales son los comportamientos naturales y espontáneos de los que damos cuenta en nuestro comportamiento, cuales son las razones que nos mueven a ser como somos o ha hacer lo que hacemos.
En nuestro propio "camino hacia Jerusalén", tenemos que saber escoger determinar y decidir sobre lo que nos orienta y nos inspira. La llamada y la enseñanza de Jesús camina con nosotros (as) para hacer de nuestra vida un ministerio, una misión, y quiere ponernos en el centro de lo que Dios quiere y busca de nosotros.
¿Qué tengo que hacer?
Humildad y solidaridad son virtudes, en el sentido de fuerzas, claves del Reino de los Cielos que nos llevan a buscar y a encontrar en las personas y en nosotros mismos lo mejor y lo más humano, lo más real, aquello en lo que realmente encontramos lo que somos y lo que nos hace felices, y que por añadidura, no se puede pagar.
El estilo de vida y el protocolo de Reino tienen mucho que ver con esta gratuidad, con esta gracia. En un tiempo en el que todo tiene un precio aquí la recompensa se desplaza hacia lo que no podemos controlar, solo podemos existir y ser según este modo de vida y eso nos transforma y transforma nuestro entorno a imagen de lo que debe ser según la manera en la que Dios entiende a las personas.
Pero Jesús no nos propone sólo un compromiso personal. Lucas es el evangelista por excelencia de la comensalía abierta; es decir, Lucas apuesta por una comunidad acogedora de quienes carecen de una red social, precisamente por no tener nada que ofrecer (a los ojos de la mayoría, claro, pero no de Dios). Y es ahí donde nuestras comunidades pueden ser llamadas a empeñarse: buscar a quienes carecen de comunidad y ofrecerles la propia sin preguntas y sin prevenciones. Es decir, se trata de ofrecer nuestra propia comunidad de modo gratuito.
El culto cristiano sólo tiene sentido si de alguna manera es un reflejo de la comensalía abierta de Jesús. Yo no sé si hoy día hay que ofrecer banquetes a los pobres o si hay que hacer otra cosa; supongo que siempre dependerá del contexto de cada comunidad. Pero lo que sí sé es que la comunidad de cada tiempo y de cada contexto debe encontrar la forma de salir y ofrecer el propio espacio íntimo a quienes carecen de espacios comunitarios acogedores. ¡Y cuánta falta hace hoy, en nuestro mundo individualista y ultra-competitivo! ¡Cuántas víctimas hay hoy del desarrollismo y el consumismo! A todas ellas nuestra sociedad de bienestar le ofrecerá algún tipo de servicio (médico, psicológico, incluso consejería pastoral, etc.), pero es posible que no llegue a ofrecerle una comunidad de amor gratuito. Pero, precisamente, los seguidores de Jesús hemos sido llamados a ofrecer tal comunidad.
Amen.

Rev. Javier Ochoa

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